El 8M es una fecha importante para conmemorar la lucha de las mujeres y es fundamental empezar a enseñar desde la igualdad y el feminismo.

Conmemorar el Día de las Mujeres Trabajadoras implica asumir con responsabilidad las desigualdades y violencias que atraviesan las mujeres desde los espacios que conformamos, trabajamos y militamos. Reconocer las particularidades que los cuerpos feminizados enfrentan, haciéndolas sujetas centrales de los conocimientos que producimos y los diálogos que promovemos a nivel social e institucional, es parte de entender el 8M como una reivindicación sostenida de los derechos de las mujeres, en relación al contexto y los espacios que habitan y construyen. Cuerpos a los que les atraviesan identidades diversas de acuerdo a su situación socio económica, etnia, edad, estatus migratorio, etc.; cuerpos que continúan siendo el último eslabón de la cadena del colonialismo tecnológico y la precarización laboral.

Uno de los mayores logros del neoliberalismo es haber sentado la falsa idea de un mundo digital democratizador y accesible para todes, noción que se reforzó con la aparición de la Covid-19 y la creciente necesidad de virtualizar nuestras vidas. Esta situación mostró, una vez más, la brecha en el acceso, uso y apropiación de los “beneficios” de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), que se mostraron como un nuevo campo de producción y reproducción de la vida.

Este espacio, además de ser un terreno históricamente masculinizado, exalta la propuesta liberal de que las herramientas digitales, acompañadas del esfuerzo individual y autónomo, constituyen en sí mismas una oportunidad de aprendizaje y trabajo en igualdad de condiciones. Idea que ignora la situación de las economías del sur global, en donde el acceso a la tecnología y los saberes alrededor de ella continúan siendo un catalizador de desigualdades.

La brecha digital de género debe ser leída en conjunto con las brechas geográficas, etarias y socioeconómicas. De acuerdo a datos del Sistema Integrado de Conocimiento y Estadística Social del Ecuador (SiCES), la tasa de analfabetismo digital en el área urbana es de 5.3%, frente al 15.5% del área rural. Esto, transversalizado por los datos de acuerdo al género, en donde el analfabetismo de mujeres en áreas urbanas es de 6% y el de los hombres 4.5%, mientras en el área rural es de 18.1% para las mujeres y 12.8% para los hombres, nos muestra la existencia de un desequilibrio social, resultado de las oportunidades limitadas de acceso a bienes y servicios tecnológicos. Por su parte, la OIT en su Informe Mundial de Salarios, identificó que cuando las mujeres acceden a trabajos en el área de las TIC, enfrentan una brecha salarial media de género de 21%, frente al 16% de brecha en otras actividades económicas.

En ese sentido cabe plantearnos el impacto de un sector que reproduce las desigualdades del sistema, apostando por procesos de construcción comunitaria que consideren los efectos diferenciados en la vida de las mujeres. El propósito de analizar las brechas de género no se reduce a insertar a las mujeres en términos numéricos en el mundo de las TIC, sino que sus experiencias y sus voces aporten a repensar y reconstruir este espacio, tomando en cuenta todas las esferas de la vida como la reproducción, el cuidado, las subjetividades y el goce. Que la categoría de género sirva para nombrar e interpelar las dinámicas de un modelo de producción que prioriza el capital sobre la vida.